Mi abuela María, en su infancia, tenía un gorrión amaestrado. Lo llevaba posado en el hombro por el pueblo. Ya no sé si es una historia que me contó o me lo estoy inventando. A su manera nos ha enseñado a los nietos a querer a los animalillos. Aunque no quiero olvidarme de la cantidad de veces que nos perdíamos Barrio Sésamo al volver del cole por el miedo insuperable a los perros que siempre tuvo abuelo Carmelo.
Desde que eres pequeño te enseña cuáles tienen corbatín y cuáles no. Si van a criar o cómo les van las cosas.
Me acuerdo muchos días de estas enseñanzas naïf cuando me acosan en busca de patatas fritas.
Pd.: Fany tuvo una época dedicada a la ganadería de lagartijas.
Muy buenas fotos, las de los gorriones robándote las patatas fritas. Parecen una pandilla de golfillos en día de pellas.
hasta que Nala llegó…jijiji
Es cierto Fany, lo de Nala con las lagartijas fue todo un genocidio. Cualquier día se hará justicia. Con los mirlos, lo mismo…
Por cierto, he hablado con abuela y es verdad lo del gorrión. Dice que se llamaba «gorrini».
pues ese nombre parece mas el del un cerdito que el de un gorrión jajaja
Pensé lo mismo, Fany.